Leyendas australes. Patagónicas y trágicas.

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Leyendas australes. Patagónicas y trágicas

Dos Islas. Dos mujeres. Dos destinos australes. Dos historias.

El faro del fin del mundo

Todas son leyenda. Revelaciones trágicas. ¿Quién fue Mestivier?…¿ Quién era Mlila? Intento develar misterios surgidos del olvido, verbo que es muy propio en nuestras latitudes. Con la intención de rescatar historias, he querido incursionar por las regiones australes, que han sido pletóricas de humana riqueza. Algunas historias hoy son leyenda. Como la de «Mila», la joven esposa de un capitán finlandés que al mando de la fragata «Rubestein», naufragó en la Isla de los Estados. Ese episodio, al que habré de referirme, ha sido, y no cabe duda alguna, el que inspiró a Julio Veme su libro El Faro del Fin del Mundo. Todo lo que el francés escribió, ha sido parcialmente cierto. Si bien un toque de imaginación signa la novela, esta se basó en sucesos reales. Pero no lograré mi propósito, el de amalgamar historia y leyenda, si no hago referencia sobre aspectos de aquellas remotas regiones del Sur.

 

SENTIMIENTOS:

 No siempre la razón debe primar por sobre las sensaciones y los sentimien­tos. Pero tampoco debe existir un divorcio entre ellas. Todo lo que es y todo lo que somos, es herencia.

 Hoy asombran los hechos cotidianos. Cosas como la corrupción o la impunidad, arredran. Pero no deberá asombrarnos. Mirando asuntos del pasado, podemos ver, por caso, aquel que el 3 de febrero de 1883 movía a la impunidad, enviando a la horca en la Plaza de Marte a siete cobardes asesinos. Pero otro, el capitán Gomila, instigador y principal responsable del crimen, defendido por el general Nicolás de Vedia, salva su vida con­denado a un escandaloso exilio provinciano. Se tra­ta de uno de los primeros delitos de encubrimiento de nuestra historia. El homicidio del Sargento Mayor Esteban José Francisco Mestivier y la violación de su esposa encinta, Gertrudis Sánchez de Mestivier, fue un crimen abyecto. Pero, quién era ese hombre y quién su mujer… Mestivier fue nada menos que el último Comandante Políti­co y Militar (interino) de Malvinas, cargo al que fue designado el 10 de septiembre de1832, a ins­tancias de don Luis Vemet. Este, por ejercer nuestra soberanía en los territorios australes y traer preso a Buenos Aires al Iobero norteamericano Davidson, capitán de uno de los tres buques apresados, tuvo increíbles pro­blemas.

 Acusado por el embajador norteamerica­no de «piratería»; debió pe­regrinar ante Rosas para «justificarse»; Davison huyó -porque andaba suelto por la ciudad- en el buque de guerra «Lexington», al mando del comandante Duncan. Este fue el tristemente célebre usurpador de Puerto Luis, en Malvinas, al que cañoneó, destruyendo la colonia argentina que Vemet había construido. Lo hizo instigado por el Iobero Davison, que de acu­sado, se convirtió en acu­sador del gobernador argentino, Coincidencias… ? En1832, ainstancias de Vemet que le pide repre­sentar sus intereses en Malvinas, el Sargento Mayor­ Mestivier debe partir rumbo a Puerto Luis acompañado de su espo­sa embarazada. A poco de llegar, el 10 de octubre de 1832, toma posesión del cargo. Dos semanas después y celebrando el segundo aniversario de su matrimonio, es atacado por una parte de la solda­desca borracha y sublevada, que desata la tragedia.

La historia es penosa.

Solo puedo decir que la agonía de Gertrudis duró un mes, hasta el arribo de la “Sarandi” al mando del capitán Pinedo, que la res­cata de los mal nacidos. Entre ellos Manuel Sáenz Valiente, al que antes de ahorcarle le cortan la mano derecha por ser el asesino de Esteban José. Mientras Pinedo trata de poner orden en el caos que era Puerto Luis, apa­rece la fragata británica “Clio», al mando del capitán John J. Onslow, quien termina lo que empezó la «Lexington». Perdimos Malvinas a manos de su Majestad Británica y tendimos un manto de sombra sobre los «detalles’ de esa historia… Mestivier y su esposa Gertrudis merecen nues­tro homenaje. Los genera­les del Estado Mayor y el general «don» N/colas de Vedia, experto en ironías solo merecen el juicio de la historia…

Los territorios australes han sido históricamente poco atractivos para el poder centralizado en Buenos Ai­res. No importa qué poder o qué in­tereses. Ha sido así. Desde la toma de posesión de aquellos planetarios, desolados, pero bellísimos territorios que el general Roca confirmó al firmar los acuer­dos de1881, ha corrido mucha agua bajo los puentes; acumulado la tur­ba que cubre los ancestrales suelos de Tierra del Fuego y la Isla de los Estados; consolidado la geología, sumadas a la vivencia del Hombre para que la patria sea. Y desde don Luis Piedra Buena y su esposa Julia Dufour, hasta los ac­tuales pobladores que son herederos de una mística… aunque algunos no lo sepan… Estoy convencido de que el general Julio Argentino Roca fue un gran estratega. Su acierto mayor, luego de la firma de los acuerdos de 1881, fue, sin duda alguna, la toma de posesión de los territorios australes, a través de la División Expedicio­naria al Atlántico Sur. Creo que en el extremo austral del continente, en la Isla de los Esta­dos, el 25 de mayo (1884) al habilitarse la Subprefectura en la Bahía de Ushovia, el 12 de octubre de 1884 al hacerlo con la Subprefectura de Ushuaia, junto a la cual nace la ciudad más austral del mundo,la Patagonia Argentina se consolida como tal. Y sin embargo, viejos sue­ños chilenos siguen atentos a nosotros… y a nuestras decadencias…

 Las Subprefecturas, o Delegacio­nes Marítimas, que junto con la pre­sencia de la Armada Argentina en aquellas latitudes, reconoce que los argentinos debemos rescatar a través de la investigación tanto la historia como las leyendas de aquellos territorios. Conocemos y a medias, las de Argentina al Norte del río Co­lorado. Es el momento de difundir aquellas ocurridas al Sur de ese río… La tierra y la patria se aman, por todas las razones que nos asistan para ello. Pero aún más, por los sen­timientos que ambas nos inspiran. Argentina tiene, entre sus caínes más estrictos, el centralismo capita talino, que ha sido permanentemente indiferente a las realidades de aquellas remotas regiones del país.

 Y por extrañas razones que han hecho ignorar la historia pormenorizada y verdadera de tantos hombres y mujeres que las habitaron.

LA LEGENDARIA»MILA»

 Lo ocurrido en Malvinas con Gertrudis Sánchez de Mestivier, que fue a las Islas por amor a su espo­so, tiene parangón con «Mila», recién casada, esposa de un capitán finlandés, Ingmar Rosson, curiosamente también asesinado, que naufragó en la Isla de los Estados. Por aquellos tiempos medraban en el Atlántico Sur desde Malvinas al Cabo de Hornos, los «raqueros». Dice de ellos Antonio Álvarez en su · ‘Crónica de la Patagonia y Tierras Australes» que «por entonces tenía asiento en Malvinas una vieja y ab­yecta actividad: los raques.

 Como el cuervo, el «raquero» está al acecho de siniestros marítimos: si un buque está en peligro se negocia previamente el salvataje con la usura que es de imaginar, y si está perdido, se lo saquea sin perder tiempo en negociaciones…» Imaginemos. ¿Qué sentimientos podían alentar quienes a fines del siglo XIX, debían navegar en aquellas latitudes…? No solo por los pe­ligros ciertos que aquellos «piratas» inspiraban, sino porque sus activi­dades se extendían hasta el Cabo de Hornos o el Estrecho de Magallanes. Y fundamentalmente, por los peligros que encarnaban las tempestades y los violentos temporales existentes en ese sec­tor austral, en la ruta hacia el Cabo que señalaba el Faro de San Juan de Salvamento; en el Estrecho de Le Maire y en el mismo Cabo de Hornos para entrar al Pacífico.

 El alférez Mariano F. Beascoechea, comandante de la «Golondrina’; pe­queño buque que prestó servicios en la Isla de los Estados, dice en su libro «La novela del mar’; (1930), escrito sobre aquellos parajes en la década de 1880: «El que no conozca la Isla y no haya pasado un inviemo por sus bahías desamparadas, jamás po­drá darse cuenta de las inclemencias que rodean aquella inmensa piedra…; Allí van las aguas a convertirse en re­molinos entre gemidos y clamores sal­vajes que aúllan según el diapasón de las tormentas….; las olas danzan, se irritan, se rompen y rugen y convertidas en masas de espuma vuelven al mar, saltando, sacudiéndose entre los escollos que les estrecha el paso….;

 No es posible imaginar nada más de­solado….; Todo su paisaje es triste y pro­duce una sensación de angustia….; Se suelen encontrar en sus caletas vesti­gios de campamentos, trozos de velamen que sirvieron de carpas, restos de fogones, utensilios abandonadas que indican la presencia de los náufragos…; el viento grita y gime entre sus peñas­cos desnudos, cuando los ímpetus del mar estremecen sus moles gigantescas. ! Ay ! entonces aquel pedazo de planeta parece una maldición petrificada, envuelta en los rugidos del caos…»

Los extraños designios de Dios hi­cieron que Dietrich, con quien «Mila» había crecido y amaba desde siem­pre, se embarcara en la fragata. Siempre hacia el Cabo de Hornos, la «Rubestein» zarpó desde Sveavoro hacia Río de Janeiro y desde allí hacia el Sur.

Ya no es preciso mas detalles. Digamos tan solo que al llegar a las cercanías dela Isla de los Estados, un furioso temporal arremetió contra el barco. El capitán, viejo marino curtido en temporales y tormen­tas, ordenó capear. Pero de nada valió la acertada decisión. El viento, las olas gigantescas, la borras­ca, el fragor de los elementos desencadenados en horrísona sinfonía, destrozó los palos, las jarcias, el velamen y finalmente, empujada hacia los arrecifes, cuyas afiladas aristas desgarraron el casco, la fragata comenzó a hundirse.

Allí se desata el drama. El capitán ordena a Dietrich, contramaestre, que busque a «Milla». A Federick, marinero, que baje el bote. Pero este no reacciona.

El terror lo paraliza. Porta en su mano un revolver. Quién sabe por qué razón, lo ha sacado de la cintura donde habitualmente lo porta. El capitán lo intima. Es necesario reaccionar Ya no hay tiem­po. Federick, enajenado, dispara. El capitán cae. Ha muerto. Otton, fiel marinero, contempla la escena, aterrorizado. La naturaleza desata su furia. Viento y mar son gigantescos elementos que se abaten sobre el buque. Todo es locura, terror y muerte. Pero por sobre la tragedia, la naturaleza humana impone la vida. Sobrevivir. Salvarse. Federick, en un súbito instante de lucidez, se ha dado cuenta de su acto. Se arroja a las aguas, que lo juzgan y condenan. Luchando contra el mar enloquecido, Dietrich ha tomado a «Mila».

Se lanza a las aguas. Oton lo ha visto. Grita desaforado, afe­rrado al bote. Logran subir. Dietrich se despoja del pesado abrigo que lo envuelve y cubre a «Mila», aterida de frío, aterrorizada y con los ojos fue­ra de las órbitas. Reman. Desespe­radamente, Oton, Dietrich y Wilson, cocinero, reman. Ahora en círculos, orzando para no alejarse de la costa. Así, un largo día en medio del temporal y sin ver la costa. Finalmente, cede el viento, se calma el mar, lo oyen arremeter con­tra los acantilados y ven la luz del Faro. Y saben que se han salvado… Fritz Gottlieb, náufrago del Pactolus y voluntario en la Isla de los Esta­dos, ha visto desde las alturas del Morro, la trágica escena. Y así lo cuenta el alférez Beascoechea, que seguramente en sus noches en la isla habrá creído escuchar un lamen­to quejumbroso entre el ulular del viento… la voz de «Mila» que sobrecogiendo el corazón del marino, tal vez le dijo su trágico sino… Dietrich, «Mila», Oton y Wilson, lo­gran refugio en la Subprefectura, donde curtidos hombres que doblegan desesperanzas, están para el rescate de náufragos que recalan en la Isla. Ese páramo donde el Faro del Fin del Mundo, es la última esperanza…

 Y comparten alimentos, calor, mantas y también racionamiento… Entre salvadores, presos y náufragos, se comparte y sobrevive. No siempre los relevos, llegan. No existen allí ni la telegrafía ni la radio. Dietrich ya no alienta odios hacia «el viejo capitán «que osó poner sus manos» en la tierna piel de «Mila». Va a recuperar el tiempo perdido. Ama a la joven desde niño Y allí en esa «Isla del Diablo» donde han recalado luego del naufragio piensa que el amor florecerá superados el terror y la adversidad. Pasa el tiempo. Un día a bordo de “Villarino” arriba a San Juan de Salvamento don Félix Paz, gober-nador de Tierra del Fuego. Y con él, el nuevo subprefecto. Y con él, Paúl, «un joven de buena figura, que llegaba a la isla para que en Buenos Aires olvidaran sus locas aventuras…» Un tilingo que dilapidó la fortuna de sus padres”… andaba a la deriva… Lo acompaña Manuel, un indio torvo y ladino. Dos meses después, el subprefecto cae enfermo. Y a bordo del Villarino regresa a Punta Arenas.

 En el ínterin sucede lo inevitable. Hablar florido, requiebros de porteño; golosina cajetlila de un tiempo romántico y funesto. Paúl encierra en sí lo que Borges definió de infamia. Y enamora a «Mila». Es de imaginar. ‘»Dietrich padecerá los celos propios» de las circunstancias. La tragedia se avizora. Fritz, náufrago para siempre y heredero de Piedra Buena desde la llegada de Mila miraba al mundo y ala Isla como si el paraíso hubiera retornado después del pecado y la soberbia. Imagina el porvenir y vigila todo. Un día, Paúl y el Indio Manuel, envían a Dietrich y a Oton a reparar un muelle. Pero es una trampa. No volverán. El bote se hundirá en las heladas aguas. Dietrich y Otón se unirán en un abrazo fatal. Todo es inútil. Desde los acantila­dos, las caletas, las bahías, los hom­bres de la Isla buscarán en vano. Ni rastros del bote, ni restos. Nada. Poco tiempo después, Paúl y el In­dio Manuel desaparecen de San Juan de Salvamento y con ellos, la lancha ballenera, la grande, la que rescata náufragos… Mila intuye la farsa. Su amor des­venturado.

 La increíble tragedia. En su delirio, recuerda su lejana Finlandia; su esposo asesinada; Dietrich víctima de los celos; Paúl, canalla imprevisto pero cierto. Recorre las laderas de los montes, otea el horizonte aguardando un im­posible. Un día, Fritz no calla, reve­la la verdad. Paúl había saboteado el bote ballenero. Era el culpable de la muerte de Dietrich y de Otón. Burlado el amor de «Mila» y sabien­do que tarde o temprano su felonía sería grito, huye con el indio… El contramaestre Fritz, del «Pactolus'», los doloridos hombres dela Subprefectura y hasta los mis­mos presos de la isla, miman a «Mila». Tienden colchonetas en el pasillo, cerca de su cuarto, intentando ofrecerle patemal protección para su desventura. Y temen por ella. Pero es inútil. «Mila», una mañana gris, como son las dela Isla, se le­vanta sigilosa y desaparece…

 Cuenta el alférez Mariano Boascoechea, que con lágrimas en sus ojos, Fritz le revela que: «…cansa­do de buscar en vano, una mañana al llegar al Faro, bajó por la pendien­te occidental hacia los arrecifes que allá en el fondo de la profunda que­brada baten sin descanso las rom­pientes. Entre un montón de piedras ancestrales, pulidas por el viento y el rozar de las olas, encontró a «Mila», la joven Finlandesa recién ca­sada, que naufragó por segunda vez, ya para siempre … «

Una tosca cruz, recordó hasta prin­cipios del siglo XX,aquella tragedia in­sospechada en tales lejanías de la Tierra…¿Quién podría imaginar tamañas cosas en tamañas latitudes. Soledades increíbles? Extraños parajes de una patria que es tan in­mensa… Pero Julio Veme lo supo. Lo escu­chó. Juntó a los «raqueros»; al Faro; ala Isla; a «Mila» y al misterio de aquellos australes parajes, y escri­bió «El Faro del Fin del Mundo”. Sobre un mundo que sí, que esta­ba al final de todo…

Rescato el episodio y lo escribo con unción, asombro y un sordo dolor existencial de tiempo y angustia… Cuántas cosas ocurrieron aquí, al Sur, en esa rayita al final de Tierra del Fuego, que pocos argentinos co­nocen… y de la que pocos saben… Y que se amalgaman, con ese os­curo y tal vez hasta oculto suceso del Sargento Mayor Esteban José Francisco Mestivier, último Co­mandante interino de las Islas Malvinas, vilmente asesinado a ins­tigación del canalla capitán Gomila. Episodio del que emerge la figura de Gertrudis Sánchez de Mestivier, como víctima de las miserias huma­nas y del encubrimiento que eximió del castigo necesario, a quien fuera causa del crimen y el deshonor de una mujer que ama a su esposo y en una Isla, en este caso Malvinas, naufragó también y para siempre.

 Cuando en 1978 viajé ala Isla de los Estados, no imaginé que para mi seria el principio de una Iliada y una Odisea, que seguramente finalizarán al fin de mis días… No solo descubrí un inigualable sitio en mi Tierra, sino el sig­nificado profundo de redescubrir lo que en ella subyace. Historias, leyendas, tantas vidas que hicieron huella y tantas otras que al Sur del Río Colorado, en esa Patagonia que perfila el futuro de la patria argentina, sin saberlo tal vez nos dejaron un mensaje críptico y misterioso a descifrar, para que podamos soñar y cimentar el porvenir que merecemos. Ojala que las voluntades, talentos, e inquietudes de muchos argentinos, logren rescatar el mensaje austral. Aun­que no mas sea conociendo sus anti­guas vivencias.

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1 comentario

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