No vaya a pensar el lector, ante el título de esta entrada, que al hablar de ayudar a morir estoy pensando en la eutanasia. ¡No!, nada más lejos de la realidad. Estoy pensando en lograr que los moribundos pierdan el miedo a su destino.
Es preciso conocer la muerte, lo que es y qué pasa, para qué sirve; si queremos poder ayudar a la gente. Mal podemos ayudar si no sabemos lo que decir, si no lo decimos calmadamente y si al decirlo parece que no nos creemos nada de lo que decimos y que solo lo hacemos para quedar bien. Es preciso que el moribundo note que lo que decimos es lo que realmente creemos, que estamos convencidos de su autenticidad.
Pero lo más importante no es hablar al moribundo sino escucharle. Algo que la sociedad no hace con nadie, somos sordos con los demás y los demás tienen mucho que contar, sobre todo los moribundos que no han preparado su momento. Hay que escuchar al moribundo para saber lo que le preocupa, lo que le atormenta en su momento final. Hay que escucharle, simplemente dejarle hablar.
Si quiere ayudar comience por tomar la mano del moribundo con cariño, que note su presencia, que usted está ahí. El simple contacto le permite sentirle a usted cercano, accesible, que no tiene prisa por irse.
No pregunte ¿cómo está?; usted ya sabe la respuesta que va a oir: “Muriéndome”.
Pregunte con claridad de este modo: “¿Qué te preocupa?, ¿En qué puedo ayudarte?” y entonces calle su boca, espere, y deje hablar al moribundo sin interrumpirle.
Muchos moribundos abrirán su corazón y le contarán sus miedos y preocupaciones; muchas veces lo están deseando, necesitan ser escuchados; pero nadie les escucha, les tienen pena, tratan de consolarlos, pero nadie sabe realmente lo que les preocupa.
Unos le dirán que temen a la muerte porque no saben que hay después; otros que lamentan el daño causado a otros; otros que tienen miedo a lo que será de sus familiares… Deje que hable. No interrumpa. Cuando termine dele su respuesta; pero dígale que es lo que usted piensa o lo que usted haría; no intente, bajo concepto alguno, convencerle de que eso es lo correcto. Actúa como un guía, pero no impongas. Es el moribundo quien ha de hacer su elección.
Analice el texto inferior, es un caso real, puede que no sea capaz de creerlo, y muestra claramente todo lo que hemos hablado.
“Conozco el caso de un hombre moribundo que estaba demacrado. La visita de sus familiares parecía acabar más con él. Finalmente dejándole hablar, descubrimos que tenía miedo por el futuro de su mujer e hijos, que sería de ellos, si estarían bien tras su muerte. Se aconsejó a la familia sacar el tema. Decirle que le agradecían todo lo que había hecho por ellos; pero que ahora era el momento de que el descansase tranquilo y dejase esa carga. Que ellos saldrían adelante gracias a todo lo que él había hecho hasta ese momento. No fue fácil, pero si fue posible, las emociones están a flor de piel en ese momento.
A partir de ese momento, a pesar de la desgracia, se produjo un cambio radical en el moribundo. Contada los segundos para la visita de sus familiares. Quería aprovechar cada momento que le quedaba para estar con ellos y recordar los buenos momentos de su vida, de los proyectos realizados, de los que no vería realizados pero que sabía que se realizarían…era una familia feliz a pesar de la desgracia. ¡Habían aceptado la muerte! El hombre murió en calma, feliz. Las enfermeras y los propios médicos no podían creer el cambio. Antes precisaba más medicación, pedía calmantes a todas horas; dejó de pedir tantos porque “me hacen dormir y necesito el tiempo que me queda para dárselo a mi familia” (extractado del libro tibetano de la vida y la muerte de Soyngal Rimponche)
Definitivamente, aceptar la muerte ayuda a vivir y a morir mejor. Los hospitales deberían recordar que tratan con personas, con seres humanos que poseen sus personalidades propias, y no con un simple número de cama o paciente. No es el paciente de la 302, es José, Antonio, Maruja o la persona que allí se encuentre. Es hora de afrontar la muerte, de humanizarla y de quitarnos el temor que causa de encima de nosotros y, para ello, tenemos que comenzar por humanizar al personal que ha de tratar con los moribundos.
No es tarea fácil. Los médicos y enfermeros suelen ser “cientistas”, no hay lugar para la espiritualidad y por supuesto, no hay tiempo para estas “tonterías”. Por suerte, cada vez hay más profesionales médicos que aceptan la parte espiritual del hombre, que creen en un mundo tras la muerte. Esa parte del trabajo ya empieza a dar sus frutos, pero queda mucho por hacer. Es necesario crear grupos de trabajo en cada hospital que se dediquen a ayudar a los moribundos, es necesario sacar tiempo para “estas tonterías”. No es sencillo, pero si es posible.