Masoneria y la escuela pitagórica. (¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡SIN TERMINAR!!!!!!!!!!!!!!)
Según los antiguos rituales y las antiguas constituciones masónicas, el fin de la Francmasonería es el PERFECCIONAMIENTO DEL HOMBRE.
Los antiguos misterios clásicos no tenían otro objeto y conferían la télétê(Τελέτη), perfección iniciática. Este término técnico estaba vinculado etimológicamente con los tres sentidos de FIN, MUERTE y PERFECCIÓN, como ya lo hacía observar el pitagórico Plutarco.
Jesús utiliza también la palabra téleios cuando exhorta a sus discípulos a ser «perfectos como vuestro Padre que está en los cielos», incluso si, por una de esas frecuentes incongruencias de las Santas Escrituras, afirma que «nadie es perfecto excepto mi Padre que está en los cielos».
Esa definición podría parecer explícita y precisa; y sin embargo un ligero cambio formal ha alterado gravemente el concepto. Tomemos como ejemplo el diccionario de Pianigiani, que afirma que el fin de la Francmasonería es el perfeccionamiento de la HUMANIDAD. Gran cantidad de profanos(aunque sea mínimamente enterados al respecto mediante la vía que sea…), y al igual que numerosos masones, aceptan esa definición.
A primera vista,, puede parecer que «perfeccionamiento del hombre y perfeccionamiento de la humanidad de hecho, se refieren a dos conceptos profundamente distintos, y su aparente sinonimia genera un equívoco y oculta una INCOMPRENSIÓN. Evidentemente, es casi imposible decretar cuál es la expresión justa, porque cualquier francmasón puede declarar justa la que más de acuerdo está con sus preferencias, y aún complacerse, quizás, en el equívoco. Pero si se trata de determinar, histórica y tradicionalmente, la interpretación correcta y conforme con el simbolismo masónico, la cuestión cambia de aspecto y ya no se trata de preferencias particulares.
El manuscrito encontrado por Locke (1696) en la Bodleian Library -y que no se publicó hasta 1748- se atribuye a Enrique VI de Inglaterra: define la Francmasonería como «el conocimiento de la naturaleza y la comprehensión de las fuerzas que hay en ella«; enuncia expresamente la existencia de un vínculo entre la Masonería y la Escuela Itálica, pues afirma que Pitágoras, un griego, viajó para instruirse, a Egipto, a Siria y a todos los países en donde los Venecianos, habían introducido la Masonería
Otros manuscritos y las Constituciones de Anderson mencionan explícitamente a Pitágoras. El manuscrito de Cooke dice que la Masonería es la parte principal de la Geometría, y que fue Euclides, sabio y sutil inventor, quien dió las reglas de este arte y lo llamó Masonería. Hay otras huellas de reminiscencias pitagóricas tanto en los «Old Charges»[documentos manuscritos, referidos a normas y reglamentos que gobernaban el arte y la ciencia de la construcción antes del surgimiento del sindicalismo moderno. Dichos documentos están datados desde casi trescientos años a seiscientos años atrás. El más antiguo conocido es el denominado «Regius» Ms. y según los expertos fue redactado hacia el 1390 CIRCA; se trata de un extenso poema, de una rima arcaica denominada «doggerel verse», que se encuentra en el British Museum.] como en el más antiguo de los rituales impresos (1724) que atribuye una importancia particular a los números impares, de acuerdo en ello con la tradición pitagórica.
Todos los antiguos manuscritos masónicos concuerdan al señalar el perfeccionamiento del hombre, el del simple individuo, como único objetivo de la francmasonería. Las pruebas iniciáticas, los viajes simbólicos, el trabajo del aprendiz y del compañero tienen un carácter manifiestamente INDIVIDUAL Y NO COLECTIVO
Existe una perfecta analogía con una tradición paralela, la tradición hermética que, por lo menos desde 1600, se encuentra injertada en ella y enseña que la «GRAN OBRA» se realiza trabajando sobre la «materia prima» y transformándola en «piedra filosofal» según las reglas del «Arte Real hermético». Operación que resume la máxima de Basilio Valentino: V.I.T.R.I.O.L. (Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem» ), que en nuestro idoma es : («Visita el interior de la Tierra, por rectificación encontrarás la piedra oculta») o la Tabla de Esmeralda, que modernos arabistas atribuyen al pitagórico Apolonio de Tiana. Por el contrario, según la concepción masónica profana y más moderna, el trabajo de perfeccionamiento debe ser realizado sobre la colectividad humana, es la humanidad o la sociedad la que hay que transformar y perfeccionar; y de ese modo a la ascesis espiritual del individuo se la substituye con la política colectiva. Los trabajos masónicos acaban por tener entonces una meta y un carácter primeramente social, a veces únicamente social. El verdadero fin de la francmasonería -el perfeccionamiento del individuo- pasa a segundo plano cuando no es francamente descuidado, olvidado e ignorado.
Tradicionalmente es la primera concepción sin duda la correcta, y en la literatura masónica del siglo XVIII estuvieron muy de moda las comparaciones e identificaciones exageradas y fantasiosas entre los misterios de Eleusis y la Francmasonería. Es indiscutible que el patrimonio ritual y simbólico de la Orden masónica solamente armoniza con la concepción más antigua del fin de la masonería; efectivamente, el testamento del candidato a la iniciación, los viajes simbólicos, las terribles pruebas, el nacimiento a la Luz iniciática, la muerte y la resurrección de Hiram, no pueden comprenderse en relación con los trabajos masónicos y el fin de la Francmasonería si todo debe reducirse a no hacer otra cosa que política.
Históricamente, el interés y la intervención de la Francmasonería en las cuestiones políticas y sociales no se manifiesta mas que hacia 1730, y únicamente en algunas regiones europeas, con la introducción de la Francmasonería inglesa en el continente. Lo poco que por otra parte se sabe de las antiguas logias de antes del siglo XVII muestra la presencia y el uso en los trabajos masónicos de un simbolismo de oficio, arquitectónico, geométrico, numérico, que, teniendo por su naturaleza un carácter universal, no se encuentra ligado ni a una civilización determinada ni a una lengua en particular y permanece independiente de todo credo de orden político y religioso; es por esa razón que el masón, de acuerdo con el ritual, no sabe leer ni escribir.
Con la leyenda de Hiram y la construcción del Templo hace su aparición un elemento hebraico; y las palabras sagradas del aprendiz y del compañero (las únicas graduaciones o grados entonces existentes) que se refieren a esta leyenda son hebreas. Pero esta leyenda no pertenece al patrimonio tradicional de la Orden; la muerte de Hiram no figura en los antiguos manuscritos masónicos, y las Constituciones de Anderson ignoran el tercer grado. De todas maneras no hay nada de extraordinario en la presencia de elementos y palabras hebreas en una época en que el hebreo era considerado como una lengua sagrada, la lengua sagrada, aquella que Dios había utilizado para hablarle al hombre en el Paraíso Terrestre; se trata de un hecho cuya importancia y significado no hay que exagerar y que de ninguna manera basta para justificar la afirmación del carácter hebreo de la Francmasonería. La letra G del alfabeto greco-latino, inicial de geometría y de Dios (God) en inglés, que aparece en la Estrella Flamígera o en el Delta masónico, parece no ser sino una innovación (sin utilidad para quien no sabe leer ni escribir), mientras que los dos símbolos fundamentales de la Orden son los dos más importantes del pitagorismo: el pentalfa o pentagrama y la tetraktys pitagórica. El arte masónico o arte real, términos utilizados por el neoplatónico Máximo de Tiro,(5) era identificado con la geometría, una de las ciencias del quadrivium pitagórico, y es difícil comprender cómo un Oswald Wirth, masón erudito y hermetista, ha podido escribir que los masones del siglo XVII(6) se proclamaban adeptos del Arte real porque en otro tiempo hubo reyes que se interesaron en la obra de las privilegiadas corporaciones de los constructores de la Edad Media. Los elementos de puro carácter masónico constituyen junto con el simbolismo numérico y geométrico el patrimonio simbólico y ritual arcaico y auténtico de la fraternidad. No decimos su patrimonio característico, porque estos elementos aparecen también, al menos parcialmente, en el Compañerazgo, muy cercano por lo demás a la Francmasonería.
Posteriormente, entre los siglos XVII y XVIII, cuando las logias inglesas comenzaron a recibir como hermanos a los accepted masons, personas que no ejercían la profesión de arquitecto o el oficio de albañil, hacen su aparición elementos herméticos y rosicrucianos, como por ejemplo Elias Ashmole (1617-1692), tal como señala Gould en su historia de la Francmasonería. El contacto entre la tradición hermética y la masónica fuera de Inglaterra se produjo igualmente casi hacia la misma época, lo que, evidentemente, implica la existencia en el continente de logias masónicas independientes de la Gran Logia Inglesa. El frontispicio de un texto hermético importante, editado en 1618(7), reproduce junto a los símbolos herméticos (el Rebis) los símbolos estrictamente masónicos de la escuadra y el compás; ocurre lo mismo en un opúsculo italiano de alquimia(8), impreso en láminas de plomo y que se remonta prácticamente a esa época.
En este opúsculo se ve, entre otras cosas, a Tubalcaín con una escuadra y un compás en sus manos. Ahora bien, en la Biblia se considera a Tubalcaín como el primer herrero. Un error de etimología, en aquel entonces muy extendido, y que retomó el erudito Vossius, lo identificó con Vulcano, el herrero de los Dioses y Dios del fuego, quien, según los alquimistas y los hermetistas, presidía el fuego hermético (o ardor espiritual), fuego que realizaba la gran obra de la transmutación. En una de nuestras obras de juventud(9) dimos una interpretación errónea de la palabra de paso Tubalcaín, pues ignorábamos la equivocada identificación de Vulcano con Tubalcaín que aceptaban los hermetistas y eruditos de los siglos XVII y XVIII. Hoy nos parece evidente que esta palabra de paso y algunas otras vienen del hermetismo, y que probablemente han sido introducidas en la Francmasonería y añadidas a las palabras sagradas, constituyendo pruebas del contacto que se había establecido entre la tradición hermética y la masónica. Las palabras de paso del 2 y 3er grado no existen en el ritual de Prichard (1730). Hermetismo y Masonería tienen como fin la «gran obra de la transmutación» y ambas tradiciones transmiten el secreto de un arte, al que designan con el término de arte real utilizado ya por Máximo de Tiro. Es pues natural que se hayan sentido muy próximas la una de la otra. Observemos que la adopción del simbolismo hermético no se efectúa en detrimento de la universalidad masónica ni de su independencia frente a la religión y la política, pues el simbolismo hermético o alquímico es, también, ajeno por su naturaleza a todo credo religioso o político. El arte masónico y el arte hermético, o simplemente el arte, es un arte y no una doctrina o una confesión.
Hasta 1717 cada logia, de hecho, era libre y autónoma; los hermanos de un taller eran recibidos como visitantes en los demás talleres a condición de satisfacer el retejado (una especie de examen que permitía reconocer que un hermano lo era en verdad); pero solamente el Venerable de un taller detentaba la autoridad única y suprema entre los hermanos del mismo. En 1717, se produjo un cambio con la constitución de la primera Gran Logia, la Gran Logia de Londres, y poco después el pastor protestante Anderson redactaba las Constituciones masónicas para las Logias bajo la Obediencia de la Gran Logia de Londres; y, si bien teóricamente un taller podía y puede conservar su autonomía o adscribirse a la Obediencia de una Gran Logia,(10) en la práctica sólo se consideran hoy logias regulares aquellas que, directa o indirectamente, son emanaciones o derivaciones de la Gran Logia de Londres, en el supuesto de que esta derivación, y solamente ella, pueda conferir la «regularidad».
Ahora bien es muy importante observar que las Constituciones de Anderson afirman explícitamente que para ser iniciado y pertenecer a la Francmasonería la única condición es la de ser un hombre libre de costumbres irreprochables, y exaltan (al contrario que las diversas sectas cristianas) el principio de la tolerancia de cada quien por los credos de los demás, agregando solamente que un masón no será nunca un «ateo estúpido». Podría pensarse que Anderson admite que el francmasón puede ser un ateo inteligente, pero es más verosímil que, como buen cristiano, piense que un ateo es obligatoriamente un imbécil, según la máxima que dice: Dixit stultus in corde suo: Non est Deus, (El estúpido dice en su corazón: Dios no existe). Aquí, sería necesario hacer una digresión y observar que en esta disputa tanto el que afirma como el que niega no posee en general ninguna noción de aquello que afirma existe o no y que la palabra Dios se emplea habitualmente en un sentido tan vago que toda discusión deviene inútil. Sea como fuere, las Constituciones de la Francmasonería son explícitamente teístas; y los profanos, que acusan a la francmasonería de ateísmo, o bien lo hacen de mala fe o ignoran que trabaja para la gloria del Gran Arquitecto del Universo. Observemos aún que esta designación, que armoniza con el carácter del simbolismo masónico, tiene igualmente un sentido preciso e inteligible al contrario que ciertas designaciones vagas o carentes de sentido como las de «Nuestro Señor», «Padre de todos los hombres», etc.
La cualidad de hombre libre, exigida al profano para iniciarlo o al masón para considerarlo como hermano, es de gran interés. Anderson no deja de llamar Francmasones a los Free Masons, y no queda sino examinar en qué consiste esa freedom de los Freemasons. ¿Se trata solamente de la franquicia económica y social que excluye a los esclavos y siervos, y de las franquicias y privilegios de que disfrutaba la corporación de los franc-masones frente a los gobiernos de los estados y de las distintas regiones donde ejercía su actividad? ¿O esa denominación de masones francos o liberados ha de tomarse en otro sentido, el de personas que no son esclavas de los prejuicios ni de los credos, libertad que sería inútil sacar a la luz? Si esto era así, resultaría vano querer buscar las pruebas documentales, y la pregunta quedaría pendiente. Sin embargo puede aportarse una aclaración gracias a un documento de 1509 cuya existencia o cuya importancia no ha sido, al parecer, subrayada hasta el presente.
Se trata de una carta escrita el 4 de febrero de 1509 a Cornelius Agrippa por su amigo italiano, Landolfo, para recomendarle un iniciado. Landolfo le escribe(11): «Es alemán como tú, originario de Nuremberg, pero que vive en Lyon. Investigador curioso en los arcanos de la naturaleza, es un hombre libre, completamente independiente de los demás, que desea, a causa de la reputación que posees ya, explorar también tu abismo… Lánzalo pues para probarlo al espacio; y llevado en las alas de Mercurio vuela de las regiones del Austro a las del Aquilón, toma también el cetro de Júpiter; y si nuestro neófito quiere jurar nuestros estatutos, asócialo a nuestra fraternidad». Se trataba de una asociación secreta hermética creada por Agrippa, y hay una evidente analogía entre la prueba del espacio que debe afrontar el iniciado y las terribles pruebas y viajes simbólicos de la iniciación masónica, incluso si la prueba, aquí, se hace en las alas de Hermes. Hermes Psicopompo, el padre de los filósofos según la tradición hermética, es el guía de las almas en el más allá clásico y en los misterios iniciáticos. También en esta carta, se notifica la cualidad de hombre libre, en tanto que suficiente para abrir al profano la puerta del templo al que llama; también aquí, se manifiesta en substancia el principio de la libertad de conciencia y al par la tolerancia. Ambas tradiciones paralelas, hermética y masónica, ponen idéntica condición al profano a iniciar: la de ser un hombre libre; de lo que puede presumirse que ella no se refería a las franquicias particulares de las corporaciones de oficio, que por otra parte hubiese estado fuera de lugar pedir a los accepted Masons que no eran albañiles de profesión sino francmasones.
El carácter fundamental de las Constituciones de Anderson reside pues en el principio de la libertad de conciencia y de tolerancia, que permite también a los no cristianos pertenecer a la Orden. En las Constituciones de Anderson la Francmasonería conserva su carácter universal, no está subordinada a ningún credo filosófico particular ni a ninguna secta religiosa, y no manifiesta ninguna inclinación por trabajos de orden social o político; puede que este carácter a-confesional y libre haya inspirado igualmente a la Masonería anterior a 1717 y que Anderson no haya hecho más que ratificarlo en las Constituciones.
Al implantarse en América y en el continente europeo, la Francmasonería conservó en general su carácter universal de tolerancia religiosa y filosófica y permaneció ajena a todo movimiento político y social, incluso acentuando a veces, como en Alemania, su interés por el hermetismo. Alrededor de 1740, comenzaron a multiplicarse los nuevos ritos y los altos grados, pero conservando cuidadosamente los rituales y el rito de los tres primeros grados, los de la verdadera francmasonería, llamada igualmente masonería simbólica o azul.
Los rituales de estos altos grados son en ocasiones un desarrollo de la leyenda de Hiram, o se relacionan con los Rosacruces, el hermetismo, los Templarios, el gnosticismo, los cátaros…, y no tienen ya un auténtico carácter masónico; desde el punto de vista de la iniciación masónica, son absolutamente superfluos. La Francmasonería está completa en los tres primeros grados, reconocidos por todos los ritos, y sobre los cuales se basan los altos grados y las logias superiores de los diferentes ritos. El compañero francmasón, una vez que ha llegado a maestro, ha acabado simbólicamente su gran obra. Los altos grados sólo podrían tener una función verdaderamente masónica si contribuyesen a una interpretación correcta de la tradición masónica y a una comprensión y aplicación más inteligente del rito, es decir del arte real.
Desde luego esto no significa que haya que abolir los altos grados, ya que los hermanos que con ellos están decorados son libres, y que quienes gustan de reunirse en ritos y cuerpos para efectuar trabajos que no se oponen a las obras masónicas deben tener la libertad de hacerlo. Sin embargo, desde el punto de vista estrictamente masónico, su pertenencia a otros ritos y a otras logias superiores no los pone por encima de los maestros que no experimentan otra necesidad que efectuar el trabajo de la masonería universal de los tres primeros grados. Además, es evidente que ritos distintos como el de Swedenborg, los Escoceses, los de la Estricta Observancia, de Memphis…, al ser diferentes, ya no son universales, o no lo son más que en la medida en que se basan sobre los tres primeros grados. Olvidarlo o intentar desnaturalizar el carácter universal, libre y tolerante de la Francmasonería, para imponer a los hermanos de las Logias puntos de vista u objetivos particulares, sería ir contra el espíritu de la tradición masónica y contra la letra de las Constituciones de la Fraternidad.
Es en Francia donde aparece la primera alteración, al mismo tiempo que la floración de los altos grados. La efervescencia de las ideas en esa época, el movimiento de la Enciclopedia, repercuten en la Francmasonería que se difunde amplia y rápidamente; y por primera vez, el interés de la Orden se dirige hacia y se concentra en las cuestiones políticas y sociales. Afirmar que la revolución francesa sea obra de la Francmasonería nos parece cuando menos exagerado; por contra es innegable que la Francmasonería sufrió en Francia, y hubiera sido difícil que ello no se produjese, la influencia del gran movimiento profano que condujo a la revolución y culminó en el imperio. La Francmasonería francesa devino entonces y siguió siendo desde ese momento una masonería comprometida e interesada en las cuestiones políticas y sociales; algunos quisieron considerarla como «tradicional» cuando a lo sumo representa la tradición masónica francesa, bien distinta de la antigua tradición. Esta desviación y este compromiso es la causa principal, si no la única, de la oposición que seguidamente nació entre la masonería anglosajona y la francesa; en Italia, creó las disensiones de estos últimos cincuenta años, que tuvieron como consecuencia su desunión y el debilitamiento ante los ataques y la persecución de los jesuitas y los fascistas. Sea como fuere, incluso los hermanos que siguen la tradición masónica francesa no han olvidado el principio de tolerancia, y en las logias masónicas italianas, mucho antes de la persecución fascista, había hermanos de todas las creencias religiosas y de todos los partidos políticos, comprendidos católicos y monárquicos.
Fuente original: Arturo Reghini (CON ALGUNAS MODIFICACIONES)