El proceso de purificación y el camino hacia la Luz

Cada vida es un perpetuo progreso de cada alma divina o Ego, 
 que se encarna en la evolución de lo externo a lo interno,
de lo material a lo espiritual,
 que al final de cada etapa alcanza la unidad con el principio divino
Clave de la Teosofía – H.P. Blavatsky

 

El ser humano es más que una simple amalgama de células ordenadas de mejor o peor modo para conformar órganos, huesos, piel y todo un largo etc que, unido, forma lo que la ciencia ha denominado cuerpo humano. Ese cuerpo no es más que una botella, un contenedor para algo mucho más importante: nuestra alma, espíritu, ente superior o como ustedes gusten en llamar a lo que verdaderamente somos.

Pocos cuidan como debieran de su cuerpo material humano y, si no se cuida lo externo, menos se hace con lo interno, que no se ve o no se conoce. La importancia de cuidar nuestro exterior lo percibimos cuando enfermamos y nos sentidos mal, con fiebre, con náuseas y todo un arsenal de incomodidades que los virus, bacterias y demás bichos causantes de nuestros males poseen para incordiarnos. Así nos damos cuenta que hay que abrigarse del frio y protegerse del calor extremo, que no se puede comer como si no fuéramos a comer en todo un mes, que ante una herida hay que desinfectarla…pero, y con el interior, con nuestra alma ¿Cómo la cuidamos?

Resulta evidente que tener un cuerpo sano es lo primero que hemos de conseguir para cuidar también de nuestro interior. A fin de cuenta no deja de ser su casa. Y del mismo modo que mantener nuestro hogar limpio y pulcro nos resulta agradable y beneficioso para nuestra salud y la de los nuestros, hacer lo propio con el cuerpo lo es para el alma.

Así pues, una vez conseguido lo básico deberíamos preguntarnos como avanzar en nuestro ámbito interior, en nuestra espiritualidad, en nuestro camino hacia la Luz o como uno lo denomine en virtud de la escuela iniciática a la cual pertenezca. La mayor parte de nosotros no somos más que el barro con el cual fuimos formados y poco más. Pero recordemos que el diamante más puro surge del más humilde carbón. Mas un camino es necesario. Es preciso un crisol, un proceso de depuración que no siempre tiene lugar y para el cual es clave ser consciente de su necesidad y posibilidad. Todos somos diamantes en potencia; pero para ello hemos de pagar el precio de purificarnos.

Cada célula de nuestro cuerpo, cada parte de nosotros, alberga su equivalente espiritual eterno, encierra un principio latente con su aura propia, con sus deseos y repulsiones que a veces no notamos apenas; pero que siempre están ahí avisando de su presencia: intuiciones, recuerdos inesperados, deseos repentinos….

El ser humano nace y evoluciona. En un principio es más que suficiente que aprenda a controlar su cuerpo, luego a cuidarlo, luego a compartirlo con la persona amada y formar nueva vida…. pero llegado a un cierto periodo de su vida, cuando dichas necesidades y pasiones declinan y ya no son tan acuciantes o cuando la inteligencia y la razón las dominan y pueden actuar sobre ellas; el ser humano comienza a preguntarse, a examinarse interiormente con meticulosidad y a cuestionarse todo lo que ha hecho o dejado de hacer en su caminar por este mundo temporal llamado “vida en la tierra”. Analizará su moralidad y tendrá el poder de alterar el curso de su vida para reconducirlo al camino correcto si se ha desviado o avanzar más si ya se encontraba en el mismo.

Este despertar a la realidad de lo que somos es el despertar del alma que durante mucho tiempo permaneció dormida, cual imago antes de su eclosión y transformación. Este regreso a la consciencia suele ser accidental y puede ser por la palabra inspiradora de un iniciado que se ha cruzado “no casualmente” en nuestro camino, por la lectura de un libro que contenga principios elevados de moral que hemos encontrado “no por casualidad” o, lo más común, por la pérdida de alguien querido que nos llega al alma y nos hace pensar en algo que casi nunca pensamos: ¿y después de esta vida, qué?

Sea por el motivo que sea nunca es casual. Todo sucede por un motivo y el Gran Arquitecto siempre nos da las herramientas adecuadas para trabajar; pero eso si, el trabajo es cosa nuestra. Somos nosotros los que hemos de tomarlas en nuestras manos y comenzar el trabajo duro y constante de pulir nuestra piedra y elevar nuestra alma hacia la Luz.

Este despertar a la auténtica realidad es el primer impulso, abre la puerta y nos muestra el camino y, lo más importante, nos muestra un camino que siempre asciende y del cual no es posible marcha atrás. Podremos avanzar, subir, más o menos; pero lo subido, lo ganado, no se perderá porque una vez conocida la verdad no se puede volver a vivir en la apariencia de la mentira.

Comenzamos a caminar y purificarnos, todo lo nefasto se disuelve a nuestro alrededor poco a poco y las sombras van atenuándose y acaban por desaparecer ante el brillo de la nueva Luz. La filosofía, las ciencias del Arte Real y del Arte Divino, la meditación, la música que toca el Alma…muchos son los factores que impulsan nuestro caminar hacia lo alto y una cosa queda clara desde el comienzo: todo ello es como un droga que ya jamás podremos dejar de tomar. Cuando más conocemos la verdad más queremos acércanos a la Verdad absoluta que solo tras el trance de la muerte y en presencia del Creador podremos conocer.

Mientras tanto nos conformamos con conocer sus resultados, con intuir su grandeza y con saber que la muerte no es el fin sino el tránsito, el paso, la puerta que todos hemos de cruzar alguna vez para ir de la vida temporal y material a la vida eterna y espiritual. Llegar a ella como un diamante ya pulido y brillante o como un carbón cuya potencia latente no ha sido aplicada solo depende de nosotros.

Y, como siempre les digo: Investiguen y aprendan, no den nada por definitivo, es la única manera de alcanzar la Luz.

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